Luego de una semana difícil, donde la fiebre me pasaba la factura física, viajé unos 1300 km. en ómnibus a Famatina, La Rioja.
Durante el trayecto la fiebre no cesaba, a pesar de mis 37,6 º, mi cabeza deseaba poder estar en el punto de partida, aunque no era aconsejable hacerlo. Igualmente no fue excusa de tanto sufrimiento, el mismo era inevitable.
Al arribar al pueblo me doy un baño y espero unas horas, tratando de tocar algo con la armónica, mientras aprecio la vista a la montaña que me regalaba el colegio que me albergó este fin de semana.
Se hizo las tres de la tarde. El clima estaba pesado y costaba caminar por el calor y la baja presión que se sentía en la atmósfera.
Después del himno y la espera, a las 15:30 hs. dieron la orden de largada. Culminar las cinco vueltas de 10 kilómetros, era el objetivo de todos.
El primer kilómetro fue rápido para los 24 corredores que se animaron a los 50 km. Particularmente el mío fue en 4’ 50’’, por eso me dije: “Pará che, vas rápido”. Saludo en el retome a Martín Paternó que largó punteando la carrera.
Me costaba adaptar un ritmo de carrera, el piloto automático no aparecía. El pasar el kilómetro 3 me tranquilizó porque había bajado el ritmo, aunque en realidad fue porque no había aire y el camino contaba con pendiente constante a partir del km. 1,5 km. hasta el 5. A esta altura Axel me convencía con su canción: “Si va a ser, será”.
Antes de llegar al 5, había una loma pronunciada y pensaba: “Está la cruzaré caminando en otras vueltas”. En el 6 te tirabas del tobogán y era una sensación relajante. Luego de la subida del 6,5, y a partir del kilómetro 7, había una linda bajada o por lo menos, llanura. Yo estaba sorprendido al pasar mi primera vuelta. Le digo a Francisco G.: “La primer vuelta me destrozó” y eso que hice 54’.
Cecilia Morales me seguía a partir del kilómetro 8. Yo no tenía aire, me sentía ahogado; tal es así que en el 13,5 km, le digo “Ya morí”, y empiezo a caminar.
Mis sensaciones eran de resignación y de sorpresa. No podía creer que ya estaba muerto con tan poco recorrido. Del 13,5 hasta el 16 mis pensamientos eran sólo sobre cuándo iba a abandonar. Lo peor, y para nada aliciente, fue ver a Julito Morales abandonar al pasar la segunda vuelta.
El comienzo de la tercer vuelta fui pensando: “Me da lo mismo correr, caminar, gatear”. Lo que sí en todas, en muchísimas casas, ofrecían agua, naranjas y además se contaba con 6 puestos de hidratación ubicados en los kilómetros 1,5; 3,2; 5; 6, 6,7 y 10.
La idea de abandonar seguía en mi mente. Iba por el kilómetro 22 y Silvia Diaz me pasa como poste. Yo la trato de seguir, pero es en vano. Al llegar al 25, el puntero me saca una vuelta. En el 26 otro corredor me saca una vuelta y corro junto a él 2,5 km., culminando agotado, sentado en el patio de la casa de unas señoras. De repente observo que una de ellas, bastante mayor (pasados los 70 años), trae una palangana gigante llena de hielo. Me froto en la nuca y sigo.
En el 29, aprecié, firme, a un señor con una botella de agua, la cual volví a rechazar, como en la ronda anterior. Me pareció curioso ver muchísima gente extendiéndome su mano con una botella, vaso, taza, etc de agua o de algún líquido.
En el kilómetro 30 paso cantando la canción que estaba escuchando y levanto un poco a la gente de la plaza. Le pido a Francisco un antiácido, ya que tenía sensaciones de provecho o un fuego que recorría mi garganta hasta el pecho. Me dio un líquido rojo que ni sé que era. Divisé a Silvia Díaz y tomé el rol de espejo, haciéndome recordar una canción muy añeja de cantaniño… En este caso si ella corría, yo corría, si ella caminaba, yo caminaba, si ella gateaba, yo gateaba.
En el kilómetro 33 la alcanzo y caminamos juntos sin hablarnos. La divisamos a Mercedes, una gran referente de ultra-distancia, quien me dice: “Dale, vos podés”. Luego se encargó de convencer a Silvia. Yo me quedé con el mensaje de Mercedes. La tarde ya estaba bajando sobre el pueblo de Famatina.
Aquí pensé en Ernesto, cuando decía: “En estas carreras lo importante es avanzar” y también apareció mi amigo Chien con su frase exitista: “Si abandono una carrera, no corro más”, párrafo que me quedó grabado en ese momento.
En el 35 un señor con un caballo me decía a un galope corte: “A este ritmo, a este ritmo”, me causó mucha gracia.
En el 36 diviso a un corredor y trato de correr con él. El del puesto del 37 me dice: “En la bajada lo pasás como querés”. Le contesto: “Estoy agotado, no estoy para competir”
Corrimos juntos hasta el 39 km, donde finalmente le acepto el agua al señor que generosamente ofrecía su botella. Me dice: “Ya está, ya terminás”. “Me queda una vuelta más:”, le contesto; me dibuja una mueca de resignación.
Alcanzo al riojano que corrió unos kilómetros conmigo e hizo señas de abandono. Yo paso cantando los 40 km. Mi buen ánimo me duró casi 2 km. En el 42 km vuelvo a caer en forma estrepitosa. Lo cruzo a Agustín y le digo que mi estado es patético. El me dice: “Aguantá hasta el 46 que viene la bajada”. Le entrego mis anteojos y sigo.
A esta altura correr hacía que se me subiera todo a la garganta.
Llegando al 45, ya de noche y sin luz, me daba vueltas la cabeza y si miraba para adelante el horizonte viajaba en forma circular hacia mi vista. Silvia me pasa y me dice: “No me vas a hacer correr sola con esta oscuridad”, “No puedo, no puedo” ,le contesto. Francisco me pregunta: “¿Estás bien?”. Yo levantó la mano con mi vista fija en el piso, ya que si fijaba la vista adelante, la sensación de desmayo era constante, si bien el clima era más alentador, mi cuerpo y mi mente yacían destrozados. En el 46 veo la ambulancia y a los puesteros, les digo: “Quiero sentarme, no doy más, ni siquiera puedo caminar”, me acuesto entre dos sillas. Los médicos me dan sales, entre otras cosas, y finalmente vomito. La forma de devolver me remitió a mis viejas borracheras en que el malestar era constante, mi estomago no cesaba de escupir y de revolverse.
Me toman la presión y tenía 6-3, me sentía helado y a pesar de eso, repetía: “voy a seguir, voy a seguir” y seguía devolviendo. Me dan oxigeno y empiezo a recuperar mi lucidez. Luego de decenas de minutos, vuelvo al ruedo, con la ambulancia atrás. Tomo Coca Cola en el 47, y empiezo a correr, por sobre todas las cosas. Me aplauden algunos pueblerinos, la ambulancia me toca bocinas. Me pongo el MP3 en el kilómetro 49. y empiezo a escuchar el tema que más me pegó en esta carrera: “Fatal Destino” de Bulldog.
Llego con una gran alegría, sacándome de encima todas las sensaciones feas que tuve en la carrera, pero remarcando las inolvidables.