jueves, octubre 13, 2011

Crónica de una mañana patética.

















Madrugué, partiendo de un sueño liviano.  Salté de la cama, apenas oí el pitillo del reloj digital. Con una fuerte jaqueca, me metí en la cama; sentí la desesperación del horario, ya que tardé al bañarme más de lo planificado, y al manifestarme apresurado, arrojé el té sobre el pantalón; por ello, me insulté en forma vehemente.



Luego de salir, pensando en lo que iba a ser, llegué a la academia para viajar en la combi que me deja en Villa Lugano. El día fue horripilante: lluvia, humedad, neblina, pesadez; además, yo me sentía horrible.


Al arribar al colectivo viejo de la academia, me llevan a la pista donde tenía que dar. Esperé, alrededor de media hora, hasta que se subió un sujeto. Le dije:


- Buen Día.
- Vamos derecho – Me contesta y agrega
- Estacioná en el 27.


Los caballetes del 27 estaban llenos de agua, a lo que se lo hago entender. El juez no contesta. Arranco despacio, me acomodo en caballete de adelante y me nublo, no veo que la pata izquierda en el espejo, choco contra el cordón. El señor me da otra oportunidad. Trato de salir, se me apaga el auto dos veces, luego lo llego a sacar, pero al dar marcha atrás colisiono contra un caballete, a lo que el tipo redondea con un “Vamos, seguí derecho”.


Me dan el papel de rechazado, y comienzo a sentir cuan inútil soy para adaptarme en casi todo, como la tecnología (estoy atrasado un abismo, incluso en el lenguaje), en la competencias, en lo social, en casi todos los trabajos, en no emprender nunca nada, siempre tratando de tomar una decisión urgente para sobrevivir los próximos dos o tres meses.


Me califiqué como un fútil, ahora no noto virtudes en mis quehaceres cotidianas, solo desesperación para pagar el precio diario, ante mi falta de talento.


Siento que el tiempo, en mi degeneración (desde el punto de vista de mi inadaptabilidad y mi nulidad para seguir adelante), me esté venciendo.


Me tomo el Premetro, a los 10 minutos, comienza a quedarse, luego de innumerables intentos, nos dice que nos tenemos que bajar todos. Espero otro, y viajo como ganado, con personas que me empujaban sin intención. Mientras escucho a un anciano que disparaba estiércol contra parte de la historia argentina y su sociedad actual, con párrafos del tipo:


- Hay que colgarlos, pero primero cortarle un dedo, luego la muñeca y después colgarlo en una plaza, como en la época de mi viejo.


Consiguientemente llego al edificio, en la puerta observo que me falta la llave de mi departamento, comienzo a desesperarme y putearme. Subo al departamento y veo que estaba colocada en la cerradura. Es decir, tuve la suerte de que no entraran a afanarme mis pertenencias (no sé si juzgarlo positivamente, porque antes de verlas tuve mi pico tensionante ).


Redondeando, estoy sufriendo una cuesta arriba. Cuestiones que podía cerrar, tiempo atrás, se abalanzan ante mis nuevas necesidades, a pesar de mi agotamiento.

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