jueves, septiembre 27, 2012

Mi paupérrimo primer Acuatlón






 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cuando se llega a una etapa que se hacen mal las cosas, o por menos, no tan “aceptables” como antes, se intenta miles de veces y nunca se le da el blanco. ¿Cambiar de camino? No lo sé, mejor eso lo dejo para otra entrada esporádica de este espacio egocentrista.
Ahora, me someto a escribir, sobre mi primera competencia de Acuatlón, en que consistía en nadar 400 metros, y correr 4 kilómetros. A priori, es corto, pero, en la previa, en la parte de entrenamientos, me incrusté con una pared, no sé si es mental, menos si es la edad, no la entiendo. 

Volví a correr, entrené unos 5-6 días, y jamás me sentí cómodo. La velocidad incursionada promedio era 5’40 en trote normal y cansino, y 5 minutos la pasada de 1000. En otras, épocas me adaptaba más fácil y experimentaba gratas y placenteras sensaciones, en esta etapa no.



Como yo soy terco decidí anotarme igual al Acuatlón, más allá que la competencia es con uno mismo (eso dicen todos). 
En natación, en el entrenamiento metía un 6’40, que si bien no es el tiempo de hace unos meses, estaba conforme.

En el interín, más precisamente, la tarde anterior, me invitan a jugar al fútbol; donde siempre, tengo buenos recuerdos de los partiditos de fútbol que jugaba con gente del trabajo anterior del anterior, y me encantaba; no podía decir que no, ya que son situaciones que no se dan tanto como correr y nadar. Si contabilizo en los últimos 10 años abarqué mi actividad física, casi en su totalidad, en correr, nadar y pesas; y habré jugado no más de una docena de partidos de fútbol.
Me dije: “que va, vamos a jugar igual”. Me dirigí el sábado a la tarde al Open Gallo, comencé con mucho entusiasmo y luego me ahogué porque una hora y media no resistía, por más que me potencien las endorfinas.
Como resultado me salieron dos ampollas, una en cada planta de los pies y dolor constante en los aductores.

Consecuentemente del dolor, fui a competir igual, cansado físicamente nadé en agua calentísima en 6’55, me puse las zapatilla, y de los 4 kilómetros no estuve cómodo en ninguno, sólo veía como me pasaban, me sacaban una vuelta, y yo sin ganas de alcanzarlo, sólo resistiendo y anhelando que culminen, de una vez por todas, este suplicio de correr. Dio 29’23’’, salí último en la categoría.  ¿Sabor Amargo? Si, pero no me arrepiento de haber jugado al fútbol el día anterior. ¿Ganas de revancha? Y no sé, cada vez me da más fiaca planificar para una competencia, no tengo ganas de superarme, para luego sentirme molido.

Sin dudas, tengo que cambiar el paradigma de entrenamientos, me mal acostumbré con la disciplina para correr maratones y aguas abiertas.  La cabeza, aún, testaruda, no se ha a dado cuenta, es como con el cabello, se cae, y sigo siendo reticente a aceptar de que soy un veterano que no se cuidó para llegar ahora, tal vez, para lo que siga.  Es el momento de adaptarme.

martes, septiembre 04, 2012

Un extraño encuentro






Una mañana, al chequear mi casilla de e-mail, observo un mensaje de la red social de trabajos, de mi padre, que lo había aceptado respetuosamente, hacía un mes, como adhiero a todo tipo que me envía la solicitud de contacto.  El mensaje decía: “Acordate que soy tu padre, llamame y tomamos un café”.  Este párrafo me hizo ruido en mi mente, en realidad, me causo repulsión, porque ya la desconexión con mi padre estaba en carácter de olvido, o para ser más preciso, de indiferencia.  
Me generaba mucha vaguedad encontrarme con él, es por ello que dejé correr diez días y le respondí el mensaje, vía internet, lo siguiente: “El sábado nos encontramos con mi hermano a las 19 hs.”.
A partir de allí, comencé a tener tensiones, me enfadaba por todo y no quería realmente que llegase ese día, ya que me imperaba el pudor, la vergüenza y la carga de tener que acudir a esa cita.
Finalmente, como el tiempo es cruel y apresura los sucesos, me reuní con él y mi hermano.  Lamentablemente, mi hermano, efecto de la medicación que potencia su timidez y su escasez de verba, no emitió, prácticamente, frase alguna.
Lo esperamos, con mi hermano, en una pizzería famosa del barrio La Paternal. Cuando lo observé venir, lo hacía con un buen paso y sus dos manos puestas en el bolsillo.  Con todo lo que fumó en la vida, preveía que lo iba a encontrar más avejentado (un tipo común de más de 70 años), pero no.
Lo primero que él planteó el “¿Por qué?” no me había comunicado con él, porque estuve tanto tiempo sin querer saber, mi respuesta fue despectiva: “porque no tuve ganas”.  Esa actitud es consecuencia del presente que vivo, y estar en constante defensa de mis sensaciones de frustración que se tornaron corriente, tal es así, razonándome, que trate de defender contra cada ser humano no cotidiano que tenga que enfrentar.
Pero luego apacigüé la charla y comenzamos a hablar del pucho, de como vivimos cada uno todos estos años, por suerte él tiene una vida tranquila sin grandes ambiciones: Un trabajo vivencial, una jubilación y quince días en Mar del Plata por año, además de bancar sus puchos y de hacerle frente.   Los dos victimizamos, al contarle lo de mi madre, él contestó que hacía dos días estuvo por morir, sin duda, le tiene miedo a la finitud, a los setenti y pico de años, y se nota. 
Lo que no se generó fue en un re-encuentro al estilo telenovela, con fuegos artificiales y con un ambiente acorde.  El mismo fue distante y ameno, supongo, que de alivio en cada una de las partes.
 La duración de la cita fue corta, y tal vez, justa, o no;  pero  él estaba ansioso por fumarse un pucho, así que sólo cuarenta minutos para resumir catorce años de ausencia.