viernes, septiembre 09, 2011

Mi primera vez con una prostituta















Los hombres, como cultura, suelen “debutar” sexualmente con una mujer a la que tienen que pagar un precio. De adolescente nunca sentí atracción hacia las trabajadoras de la calle, siempre les tuve temor. Imaginaba que el acto sería como algo muy expuesto hacia una mujer que me iba a sobrar o despachar rápida y abruptamente.
Tal es así, que, por curiosidad, o por una necesidad, luego de experimentado un extenso noviazgo.


En ese duelo contaba ni con la más remota idea de cómo seducir a una mina, besarla, simular mostrarme “como soy” o interesante para que ella sintiese atracción al punto de querer acostarse conmigo.

Como mi autoestima era muy baja, solo viable acostarme con un hombre o una prostituta, quería algo “norteamericanamente” fácil y práctico. Escogí, en principio la ramera.
Busqué en el diario, ya que Internet recién estaba en voga, pero aún, no era mi herramienta omnipresente para cualquier servicio ocioso.
Luego de realizar varios llamados, algunos eran oficinas prostibularias, preferí una mujer independiente con departamento privado.
Arribé a un lugar en Barrio Norte, toqué timbre, como si fuese un amigo, me bajó abrir ingresé a su departamento; con una enorme nerviosidad le dije, que era mi primera vez con una mujer que realiza tal oficio.


Ella, amablemente, me recordó su nombre, contó que tenía 32 años, y realmente no estaba mal. Me mostró la habitación, el baño, las condiciones de higiene, me explicó cada detalle para que me sintiera cómodo.
Para darme ánimo y levantarme la autoestima expresó: “¿Que hace alguien tan joven y buen mozo recurriendo a estos servicios?”


Luego, se desnudo, me puso su cabeza en sus grandes senos, y yo mantenía mis nervios. Intenté besarla, pero era en vano, las rameras no besan y eso me decepcionó, ya que para mi el beso es fundamental para dar arranque. Ensayó una felatio, me puso el condón, pero fue inútil, poco duraba mi erección.
Ella, sutil, me masturbo y tuve mi primera eyaculación.

Luego me relajó con unos masajes, le pregunté si había hombres que se dedicaban a eso, indagué como podía ingresar a este mundo, y muchas otras paparruchadas, que en ese momento lo veía como una salida laboral alternativa a lo que estaba ejerciendo, es decir, el previsible trabajo de oficina.


Ella, pacientemente, me comentó algunas cosas intrascendentes, y para apurar el trámite, comenzó a narrarme sobre que una vez estuvo con quince hombres y que abdujo su boca en cada pene de estos quince sujetos, hasta que cada uno eyaculaba. Ella quería fogonearme, y al fin y al cabo fue ella, la que me realizó esa ablución, mientras yo pensaba que mi ex novia lo practicaba mucho mejor, entonces en mi cabeza estaba ella haciéndomelo. Es así como, finalmente, acabé.

Luego, pagué y me recomendó como seguir la senda de un ávido consumidor de prostitutas; es decir, ir dos veces con ella, luego ir cambiando con otras, posteriormente contratar el servicio de dos rameras y así un ramillete de alternativas.


Estuve mucho tiempo sin asistir, nuevamente, a una prostituta, tuve la suerte de hacerlo con mujeres que me desearon para el acto y eso me satisfacía, además la primer experiencia no fue aceptable para mi.


Igualmente, a pesar de todo, repetí, esta práctica, tres veces más, pero todas las sesiones fueron para el olvido, porque me sentí, muy egoista, consumir este tipo de servicio, y prefiero, mil veces, otorgar placer, aunque sea mínimo.