lunes, abril 13, 2015

Un sábado a la noche, alcohólico en Columbus












Estar pasado de alcohol, o borracho, directamente haciendo uso del lenguaje común, me lleva a construir una entidad favorable para mi interior, ridícula para el exterior.
Paradoja ¿no? me destruyo fisicamente para sacarme el gran peso mental.
Correcto, lo pragmático me lo meto en el orificio del buzo.  
Ayer, sábado a la noche, estuve borracho y punto. Donde el tiempo es inconexo y hasta la formas se deforman, no me doy cuenta del pasaje del mismo ni retratar a la gente desconocida, parecen todas sombras.
Sin ningún fin, salimos con un amigo, donde hicimos, bah el no tomó tanto, yo me bajé como media botella de vodka aproximadamente, cual me llevo a cantar y bailar temas de la agrupación Miranda en la calle, mientras esperábamos al colectivo.
Al llegar al sitio donde se alojan pooles de bares en Columbus, observé - yo voy construyendo el relato como puedo, porque como expresé, todo es asincrónico - a dos señores de unos 50 años, sentados en uno de los dos escalones de la entrada de una locación.
Yo les balbuceé unas palabras en que ni me acuerdo el idioma, ellos se pusieron de pie, como señal de caballerosidad, y me convidados cervezas, a lo que acepté. Creo que hablamos de crochet y corte y confección, porque no me acuerdo ni una palabra que, seguramente en inglés no expresé.
Entramos al primer bar, pedí un vodka puro, al que tomé en milesímas de segundo, y según me comentaron, lo festejé como un gol.
Luego, me tomé el atrevimiento de sentarme en cada mesa, por un instante de tiempo, supongo que, mínimo, y expresar alguna frase inconexa y sin sentido, pero siempre con una sonrisa de oreja a oreja, a pesar de la fealdad de mi rostro. Me dijo mi amigo que le tiré el celular con un "Pará de chatear!", pero no lo recuerdo.
En el segundo bar, fue más belicoso el asunto, me siento en la barra y solicito, no sé en que tono, un vodka. Parece que el barman me vio la cara desencajada y escuché: "No, a vos no te puede vender", yo insistí, un par de veces, y vino seguridad y a los empujones me echaron del sitio. Yo lo despedí con una sonrisa burlona.
En otros bares no hubo nada para comentar, sólo entrar a todos los baños de los bares a "echarme un cloro".
Llegamos con el micro cerca del hogar de mi amigo, y solicito una parada en un árbol, liberando mi alma, materialmente, sacándome de encima lo etilico que me mantenía denso fisicamente, pero ligero mentalmente, haciendo uso y abuso de los contrastes experimentados.

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