Nuevamente, me alisté a participar en la carrera de Aguas en
San Pedro. Con tres organizaciones
distintas: Club de Pescadores, Lecot, y está vez Club Naútico San Pedro,
participo, a modo de colorario de la temporada de pileta, donde las dimensiones
no son más que 25 metros, ahora, a modo de cambio, fueron unos 8 kilómetros y
poco.
El domingo comenzó tormentoso, me levanté a las siete de la
manaña y le dije a Fabiana que no íbamos por el clima, pero, para no perder el
dinero de la prueba, llamé por teléfono y nos confirmaron que se hacía. Por
ello, desayunamos rápido, agarramos el auto y fuimos a San Pedro. Llegamos bien, y el día estaba nublado, a
pesar de la lluvia en la ruta.
Luego de anotarme y de comer algo, pasar por la charla
técnica, al poco tiempo nos trasladaron unos 8 kilómetro y medio para el
norte, todos con poca ropa. Nos tiramos
en un canal, que daba al río, hicimos una improvisada entrada en calor, y
sorpresivamente comenzó la carrera. Los participantes salieron rápidamente, yo
los dejé pasar, y acá comenzaron mis malos pensamientos, seguido por minis
ataques de pánicos. Las gafas empañadas,
gente, que acompañaba a otros nadores, los de la balsa; todos me preguntaban si
estaba bien. Un señor que se puso
nervioso y me dijo: “Pasá flaco”. Me
sentí nervioso, resignado, con ganas de abandonar, no podía enfrentar a la gente, me tornaba tenso, no pude, inmediatamente, sostener un ritmo, por eso paraba con pocas brazadas. Mis cuestiones fueron: “¿Para qué vine?”, “No
tengo el nivel para llegar”, que los entrenamientos, que mi capacidad física,
“¿Por qué no me anoté en la de 3 km?”.
Luego de unos minutos logré calmarme, me acomodé y jugué con las
brazadas, ya no había mucha gente alrededor, supongo que estaba entre los
últimos (para mi filosofía física no me importa), tal es así, que la estrategia
lúdica fue, por ejemplo, 1 ciclo de dos, alternado con otro de 4, así,
repetirlo 5 veces, luego 10 ciclos de 3 brazadas, y luego incrementaba o decrementaba la serie, me la pasé contando,
mientras miraba las adyacencias del Río Paraná: Algunos animales, muelles,
pescadores, las canoas, las lanchas, las ramas, el verde. Ya estaba tranquilo y
a gusto, mi cabeza mostraba señales de distensión. La
calma comenzó a ser disfrutable, el diálogo interno fue alentador y de un
alivio extraordinario. Sin duda, el peso
de la vida se aligeraba, por consecuente, solidificaba mi fundamentación de
haber asistido. Faltaban los violines,
jaja.
Pasé el buque de guerra y creí que ya terminaba, pero no, todavía
faltaba 1 kilómetro y medio más, para entrar en un zigzag a una laguna, donde
el agua estaba más fría y arribé a la meta un tanto mareado y cansado, ya que
me tomó 1 hora y 38 minutos. Una carrera iniciada con desesperación, luego expirementando un escenario Zen (viste que está de moda lo espiritual ?), y
culminando cansado, con frío, mareado pero muy satisfecho de coronar mi
temporada natatoria.
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