viernes, junio 10, 2011

Mi relación con las drogas - 3ra. parte



Asistí a un bar pintoresco, donde ofrecen recitales de música y otras expresiones artísticas. He presenciado numerosas veces a apreciar y disfrutar de innumerables eventos.



Esa noche tocaba mi grupo de punk-rock preferido. Me ubiqué, solitario, al fondo del establecimiento, al lado de la barra, gozando de una vista panorámica y nítida hacia mi admirado conjunto de música.


Comencé con un vodka, para soltarme y cantar a viva vos, ya que sino, me suele apoderar un pánico escénico. Que loco ¿No? En vez de reparar este error sobrio, sigo utilizando el artilugio de beber en lugares convocantes, como si alguien va a posar su mirada sobre mí y me va apuntar con el dedo. Aunque, en definitiva, lo que trato es soltarme más, ante tanta pesadez del ser.
Luego tomé otro más, que era un vaso entero, es decir, dos medidas estándar.
Al culminar el recital, salí un tanto alegre y eufórico, tomé por Balcarce con los auriculares puestos, escuchando y cantando el grupo que acababa de disfrutar.


Al virar por la calle Defensa, diviso dos chicos, el más alto de 17-20 años, y el más chico no llegaba a los 15. Los miro, les sonrío y los saludo. Ellos se acercan, el más joven, súbitamente, se apodera de mi aparato MP3, diciéndome:
- A ver como es
Yo, desconfío y le preguntó:
- ¿Para que lo querés?

Finalmente, luego de forcejear, se lo arrebato. Mis pulsaciones aumentaron, hasta que el más grande saca un cigarro armado y me dice:
- ¿Tenés algo de plata? Esto es pasta base (Paco)
Le doy 20 pesos, el pibe prende el cigarro, y compartimos unas cuantas pitadas los tres. El efecto fue prácticamente inmediato, era como si mi cabeza despegase y volara al cielo, la distensión fue superlativa. ¡Jamás había sentido un vuelo semejante! Estaba en el súmmum de la relajación, no sentía ningún temor.


Luego los abrazo a ambos, les balbuceé, supongo, algunas frases bonitas, fraternales, halagos; ya que me sentía fuera del mundo. Hasta que, el más grande se separó, sacó una pistola y me dijo:
- ¡Dame la billetera!
Quedé perplejo, pero sin temor, ya que sentí como frustración por su actitud, a lo que le dije:
- Sos un pelotudo ¡rompiste códigos!
Ambos no tuvieron reacción, yo seguí caminando y ellos se quedaron como sorprendidos. Los vuelvo a mirar y les remití el mismo insulto con un dejo de tristeza y desolación, ya que mi intención en ese momento, era celebrar la distensión que genera ese estupefaciente.

El efecto duró algo más de una hora, ya que en un lugar de comida rápida siquiera sentí el gusto de lo que estaba comiendo. Realicé algunas llamadas a amigos, para compartir lo bien que me sentí, pero no tomé partido del riesgo que corrí en ese momento.

Finalmente fui sólo a un bar conocido, y mi actitud, hacia las personas, era demasiado verborragica y fuera de lo común. Mis pensamientos fueron incapaces de generar un filtro, haciendo finalmente lo que quería: desparramar alegría y comicidad al prójimo.

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