martes, mayo 31, 2011
Mi relación con las drogas - Parte 2
Era hábito en febrero/marzo consumir todos los días hábiles, a las dieciséis horas, el colectivo de la línea 44, cuyo recorrido transitado partía desde el barrio de Caballito/Flores, hasta Pampa y Juramento.
Un día sucedió algo extraordinario, un suceso que me llamó la atención, a sabiendas, que soy el tipo de persona que polulamos por los ámbitos de la medianía, lo controlable y previsible.
Más allá de esta reflexión un tanto pelotuda, vuelvo al asunto; como siempre, saludo al chofer con un “Buenas Tardes”, y como era costumbre me contesta con un
- ¿Cuánto?
Resignado respondo:
- Uno veinticinco.
Luego, yendo caminando hacia el fondo del vehículo, observo un sujeto verborragico hacia una señora que desviaba la mirada hacia otro lado. Esta persona que se comunicaba en de manera agresiva y aturdidora y balbuceaba:
- ¿Vos cuantos años tenés? ¿Más de cincuenta, no? ¿Y a tu edad tenés ganas todavía? ¿No te va alguien menor? ¿No tenés hijas? Porque yo soy un todo. ¿Sabés?
En Donato Alvares, hubo enroque de asientos, la señora se fue a un asiento de a dos de más adelante. De izquierda derecha la disposición de los asientos fue: el chico eufórico en el extremo, un asiento vacío, una señora, yo y una chica joven a mi derecha. El sujeto en cuestión comenzó a aplaudir, ya que nadie le prestaba atención y gritó quejosamente:
- Chofer, ponga música. ¡Que mala onda hay en este colectivo!
Mientras movía todo el cuerpo y se despatarraba en el asiento. Trataba de buscar miradas, pero en vano, resultó muy violento. De repente, sorpresivamente para mí, retiro unos billetes que contenían un polvo blanco, del cual, aspiró y a degustar las sobras de su nariz.
Me puse nervioso, me saqué los auriculares y exclamé.
- Che, no bardeés. ¿No ves que nadie te da bola?
El se manifestó atónito y se dirigió a mi persona, y me dijo:
- Si, que mala onda hay acá. Son todos amargos acá. Hay que matar a todos los negros. Vos que sos rubio tenés que dominarlos a ellos.
Yo, un tanto confuso, pero decidido le digo:
- Pero loco, vos te tenés que cuidar, la gente se asusta. ¡No bardeés, che!
El me dio la mano y me agradeció. Ya tenía una actitud más mansa, calmada y hasta integrada. Luego de unos minutos en que le tomo volver a órbita, me pregunta:
- ¿La chica está con vos?
- Si – Le contesto
- Ah todo bien - me respondió
La fémina no arrojó palabra, creo que no tomo consciencia de que la estaba protegiendo, ya que ni gracias me dijo. Luego seguimos intercambiando diálogos inconexos y sin sentido, además de saludarlo en un par de veces cordialmente con un abrazo y un beso.
En definitiva el sujeto buscaba atención, comprensión, respeto, entre otras cosas, pero no sabía en que forma emitirlo. Me identifiqué con él, ya que muchas veces, en diferentes ámbitos, me he sentido igual. El recurre a las drogas, en este caso la cocaína, para hacerle frente a un mundo al que no es hábil para trascender, al que lo supera. Si bien, elige vivir de esa forma que, tal vez, sea molestando inocentemente a la gente, consumiendo estupefacientes. Pero me pregunto: ¿Cuál es realmente su camino? Si nadie cercano te da una mano o un mínimo respeto, solo te otorgan descalificaciones e indiferencia.
En ese momento, quise más a esta persona que a todos los que me rodearon y me dije: “Que raro, y que suerte, que aún sobreviva en este sistema”.
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