martes, febrero 27, 2007
Fiodor Dostoivski (1821-1881)
Hoy quiero dedicar este espacio a Fiodor, autor de libros que hay encandilado y admirado su forma de expresión, su sensibilidad y sobre todas las cosas la forma de hacerlo. No digo que en forma sencilla, pero con ideas claras y explicando la incoherencia de las acciones de sus personajes en forma coherente.
Como breve reseña, el autor nació en San Petesburgo, Rusia (Describe muy bien está ciudad en Crimen y Castigo, su libro más reconocido por la aficción lectora)
Su infancia fue bastante triste y, cuando contaba sólo diecisiete años, su padre, que era un médico retirado del ejército, le envió a la Academia Militar de San Petersburgo. Pero los estudios técnicos le aburrían y, al graduarse, decidió dedicarse a la literatura.
En 1849, su carrera literaria quedó fatalmente interrumpida. Se había unido a un grupo de jóvenes intelectuales que leían y debatían las teorías de escritores socialistas franceses, por aquel entonces prohibidos en la Rusia zarista. En sus reuniones secretas se infiltró un informador de la policía, y todo el grupo fue detenido y enviado a la prisión. En diciembre de 1849 se les condujo a un lugar en que debían ser fusilados pero, en el último momento, se les conmutó la pena máxima por otra de exilio. Dostoie.vski fue sentenciado a cuatro años de trabajos forzosos en Siberia y a servir a su país, posteriormente, como soldado raso. Las tensiones de ese periodo se materializaron en una epilepsia, que sufriría durante el resto de su vida
En 1861, en una revista, Dostoievski describió con todo detalle el sadismo, las condiciones infrahumanas y la falta total de privacidad entre los presos, resultado de su experiencia puesto que en la cárcel le habían tratado a él, 'un caballero', con desprecio. En él también se produjo un cambio espiritual y psicológico. Sus lecturas de aquel periodo, limitadas a la Biblia, le empujaron a rechazar el ateísmo socialista, de inspiración occidental, que había practicado en su juventud. Las enseñanzas de Jesucristo se convirtieron en la suprema confirmación de las ideas éticas y de la posibilidad de la salvación a través del sufrimiento. La brutalidad de los delincuentes, salpicada a veces por gestos de valentía y generosidad, y por sentimientos nobles, le ayudaron a profundizar en su conocimiento de la complejidad del espíritu humano. Liberado, se le envió a una guarnición militar en Mongolia, donde transcurrió los siguientes cinco años hasta que recibió permiso para regresar a San Petersburgo, en compañía de una viuda aquejada de tuberculosis, con la que se había casado y que no le hizo feliz.
Ha estado en la ruina, por las deudas que le apegaron, más allá de su talento de escritor. Fiodor salió de la ruina y se abocó al juego, donde sufrió obsesiones y vovlió a perderlo todo.
Dostoievski falleció en San Petersburgo el 9 de febrero de 1881 víctima de una hemorragia en un pulmón
El libro al que me siento hoy identificado es "Memorias del subsuelo", del cual se describe filosoficamente a una persona incorformista de su empleo y su cotidianeidad : caratulandose como un empleado de novena categoría socialmente visto; con tareas y funciones las cuales no dejan de ser necesarias, pero no son popularmente reconocidas y llegan a ser ignoradas.
El protagonista se describe a los 24 y 40 años de edad, donde los pensamientos son parecidos, pero siendo joven se siente encerrado en lo diario y a los 40 adquiriendo libertad y exumando a la oficina, se aloja en un "nido de ratas, como el lo llama, y sigue experimentando y reflexionando sobre sus conductas sociales y sobre todas las cosas que se plante que 2 + 2 no siempre es 4.
Hasta llega a necesitar a una mujer, por un hecho natural humano, estableciendo una paradoja, del cual al debilitarse trata de entregarle un discurso que las mujeres típicas de ese tiempo(y por que no de este) esperan escuchar. Creo que lo escrito se debe a la tirste labor(según el ) de funcionario público.
El libro tiene un comienzo realmente impactante:
"Soy un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable. Creo que padezco del hígado. Pero no sé absolutamente nada de mi enfermedad. Ni siquiera puedo decir con certeza dónde me duele."
Sentía mucha verguenza y asco cuado yacía en la oficina, este fragmento describe su misantropía:
"
En aquella época, sólo tenía veinticuatro años. Mi vida era ya lo que es hoy: una vida sombría, desordenada y ferozmente solitaria. No tenía relaciones, no cruzaba la palabra con nadie y sólo pensaba en ocultarme en mi rincón.
Durante mis horas de oficina, en la cancillería, procuraba no dirigir la mirada a ningún compañero, pero advertía perfectamente que éstos me consideraban como un tipo raro, e incluso me miraban con cierta repugnancia. A veces me preguntaba por qué había de ser yo el único en imaginarse que le miran con repulsión. Uno de nuestros empleados tenía una cara repugnante, picada de viruelas. Parecía un bandido. Si yo hubiese tenido un rostro tan horrible, ni siquiera me habría atrevido a aparecer en público. Otro empleado llevaba un uniforme tan mugriento que olía a demonios. Sin embargo, aquellos señores no daban muestras de avergonzarse de su cara, de su uniforme ni de su modo de ser. No se imaginaban que los pudieran mirar con desagrado. Por lo demás, incluso si se lo hubieran imaginado, no habrían experimentado la menor inquietud, a menos que se hubiese tratado de sus jefes.
Ahora me parece que, impulsado por una vanidad desmesurada, me exigía demasiado y me miraba a menudo con una especie de desdeñosa irritación que rayaba a veces en la repugnancia. y así llegué a persuadirme de que los demás me miraban con los mismos ojos. Mi cara me parecía detestable. La veía innoble, e incluso consideraba que tenía cierta expresión cobarde y vil. y justamente por eso, al entrar por la mañana en la cancillería, hacía un gran esfuerzo para adoptar un aire independiente y, temiendo que me creyeran cobarde, trataba de dar a mi rostro una expresión lo más noble posible. "Mi cara no es hermosa - me decía-. Es preciso, pues, que sea por lo menos noble, expresiva y, sobre todo, inteligente en extremo".
Y yo sabía -estaba dolorosamente seguro- que jamás mi rostro conseguiría reflejar estas hermosas cualidades. Pero lo peor era que mi cara me parecía estúpida. Al fin y al cabo, me habría contentado con la inteligencia. Incluso habría transigido con una expresión vil, con tal que fuese también inteligente.
Naturalmente, odiaba y despreciaba a todos los empleados de la cancillería, desde el primero hasta el último; pero creo que, al mismo tiempo, los temía. A veces, incluso los colocaba por encima de mí. Estas cosas ocurren siempre en mí repentinamente: tan pronto desprecio a una persona como la elevo sobre el pavés. El hombre honrado y culto no debe ser vanidoso si no extrema el rigor consigo mismo y se desprecia a veces hasta el odio. Pero yo, cualesquiera que fuesen mis sentimientos de desprecio y de respeto, bajaba los ojos siempre ante todo el mundo. Incluso hacía de vez en cuando experimentos. ¿Sería capaz de
soportar la mirada de éste o aquél? Pero todas las veces bajaba la mirada. Aquello me atormentaba hasta la locura.
Tenía también un temor enfermizo a parecer grotesco, y precisamente por eso profesaba una adoración servil por la rutina en todo lo concerniente a la vida externa, seguía con gran precisión el surco de la vida ordinaria y me aterraba reconocer que cometía cualquier irregularidad. Pero ¿cómo podía resistir? Mi inteligencia se había desarrollado morbosamente, como es propio de las inteligencias de nuestra época. En cuanto a mis compañeros, todos eran estúpidos y se parecían como ovejas. Si yo era el único que me consideraba un cobarde, un esclavo, era quizá justamente porque mi inteligencia estaba más desarrollada.
Pero no se trataba de una simple ilusión: yo era efectivamente un cobarde, un esclavo. Digo esto sin rubor alguno. En nuestra época, todo hombre decente es forzosamente cobarde y un esclavo. Tal es su estado normal. Estoy enteramente convencido de ello. El hombre está constituido para ser así. Y no se trata en modo alguno de un hecho exclusivo de nuestra época, dependiente de una serie de circunstancias especiales. En todos los tiempos, el hombre honrado fue un cobarde y un esclavo. Si tiene ocasión de dárselas de valiente, no debe jactarse de ello, porque inmediatamente después empezará a lloriquear. Tal es
su ley eterna. Ni siquiera vale la pena prestarles atención: no tienen la menor importancia.
Había otra circunstancia que me atormentaba sin cesar. No me parecía a nadie y nadie se parecía a mí.
«¡Soy único, mientras ellos, son todos!», me decía. Y al punto empezaba a reflexionar.
Como ustedes deducirán de estas declaraciones, yo no era todavía más que un chiquillo.
Pero a veces, de pronto, se operaba en mí un cambio. ¡Qué penoso me era dirigirle a la oficina! Esta aversión llegaba al extremo de que tenía que volver a casa completamente enfermo. Pero he aquí que entro en un período de escepticismo y de indiferencia (todo llega a mí por períodos). Entonces me burlo de mi propio rigorismo y de mi desdén, y me acuso de ser un romántico. Ayer mismo, no les dirigía la palabra.
...
Rompía con ellos tempestuosamente, dejaba de saludarlos -efecto de mi juvenil inexperiencia- y
todo terminaba entre nosotros. Pero esto me ocurrió una sola vez, pues era excepcional que faltara a mi habitual misantropía.
Para terminar, coloco un último parrafo que cuenta su entrega a Lisa, la prostituta que le rechazó pero el la deseaba, para ello escribió este parrafo que poco tenía que ver con el hilo de pensamiento que llevaba en el libro, contradiciendose constantemente:
"
Lisa, el hombre sólo se fija en su sufrimiento: no se detiene a pensar en su felicidad. Si pensara en su felicidad, vería que en todas las etapas de su vida ha tenido momentos felices. Pero si todo va bien en la familia, si Dios la ha bendecido, si el esposo es bueno y se preocupa por la mujer en vez de abandonarla..., ¡qué bien se está con la familia! Incluso si en la casa
entra el infortunio. Por lo demás, ¿acaso no entra el infortunio en cualquier parte? Si algún día te casas, quizá lo sepas por experiencia. Por el contrario, en los primeros tiempos de la vida conyugal con el ser amado, ¡cuánta felicidad! ¡Una felicidad constante! Incluso las querellas terminan bien entre esposos en esta primera etapa. Hay mujeres que cuanto más quieren a su marido, más disputas con él provocan. Puedo asegurarlo, porque conocí a una de esta clase. «¡Te quiero tanto, que te hago sufrir, a fin de que te des cuenta!» ¿Sabías esto? Puede suceder que se atormente a una persona por exceso de cariño. Las mujeres obran así con sus maridos. Se dicen: «Te amo y te acaricio tanto, que tengo derecho a atormentarte un poco». Y todos los que viven alrededor del matrimonio comparten su alegría.
En el hogar, todo es honesto, apacible y alegre. Hay mujeres celosas. Si él sale (yo conocía a una que procedía así), ella no lo puede soportar. Se levanta a medianoche de la cama y va a ver si está en talo cual sitio, con esta o aquella mujer.
Esto no está bien, y ella lo sabe. Sufre, se juzga y se condena. ¡Pero ha de obrar así porque lo ama! Y, después de la riña, la delicia de reconciliarse. Pedirle perdón o, por el contrario, perdonarle. ¡Qué hermoso es esto para los dos! ¡Como si acabasen de conocerse, como si acabasen de casarse y su amor estuviera en su principio!... Nadie, absolutamente nadie debe saber lo que ocurre entre los esposos si se quieren de verdad. Éstos, en sus disputas, sean de la índole que fueren, no deben recurrir al juicio de nadie, ni siquiera de la propia madre, ni contar a nadie lo ocurrido. Ellos mismos han de ser sus propios jueces. El amor es un misterio divino que debe permanecer oculto a los ojos ajenos, pase lo que pase. Esto es lo mejor, lo más conveniente.
Así se consolida la estimación entre los esposos, y sobre la estimación se edifican muchas cosas.
Si marido y mujer se quieren, si se han casado por amor, no es preciso que este amor muera. No hay razón para que no se le pueda mantener vivo; por lo menos, es muy rara esta imposibilidad. Si el marido es una buena persona, ¿por qué no ha de lograrse esta supervivencia? Cierto que el primer amor morirá, pero
le sucederá otro muy superior. Las dos almas se fundirán, entre ambos todo será común y no habrá nada secreto entre uno y otro. Y cuando aparezcan los hijos, todo parecerá hermoso, incluso las mayores complicaciones, con tal que los padres se quieran y tengan valor.
Hasta en el trabajo ve el padre un placer, y con alegría renuncia al pan para dárselo a sus hijos. y es que por todo esto tus hijos te querrán más adelante. Por lo tanto, amasas para ti. Los niños crecen; tú comprendes que les das ejemplo, que eres su sostén, que, cuando mueras, ellos seguirán viviendo con tus pensamientos, con los sentimientos que han recibido de ti, y que estarán hechos a tu imagen y semejanza. Esto te impone, pues, un grave deber...
Siendo así, ¿cómo no han de unirse aún más estrechamente el marido y la mujer? Algunos dicen que es molesto tener hijos. No hay tal cosa. Por el contrario, es una alegría incomparable. ¿Te gustan los niños, Lisa? Yo los adoro. Imagínate a un niñito sonrosado tomando el pecho. ¿Qué marido no se enternecería al ver a su mujer con el hijo de los dos en sus brazos? Un hijito sonrosado, mofletudo... Se echa hacia atrás, agita, jugando, sus piececitos y sus gordezuelas manecitas. Sus uñas, muy limpias, son tan pequeñas que incluso hacen reír. Sus ojitos parecen comprenderlo ya todo. Y, al mamar, da palmadas en el pecho, y tirones. Está jugando. El padre se acerca, el niño suelta el seno, se echa hacia atrás, mira a su padre y se ríe.
Sin duda le parece gracioso. Luego sigue mamando. Cuando los dientes empiecen a salirle, morderá el seno de su madre y al mismo tiempo le lanzará una mirada maliciosa. «j Te he mordido! Lo has notado, ¿verdad?» ¡Qué felicidad cuando están los tres juntos, el padre, la madre y el niño! Se pueden sacrificar muchas cosas por estos instantes. No olvides esto, Lisa: antes de acusar a los demás, uno debe aprender a vivir."
hay PERCHO, que libro que estas leyendo, yo no se si me atreveria, demasiado tengo con mi vida para amargarme con cosas ajenas.
ResponderBorrarte mando un beso!