viernes, enero 06, 2023

El murciélago

 








No soy cuentista, ni siquiera un buen narrador, pero el armado de palabras que construyan oraciones que describan ciertos sucesos, a mi criterio, vale que mil fotos. De hecho no saco fotos a menudo, porque primero soy feo hegemonicamente y soy colgado. No tengo tan arraigado, cuan señor/a civilizado/a, el celular.

Al margén de eso, fui al Banco Nación, como acudo 1 o 2 veces al mes a cobrar una pensión. Suelo llegar entre las 8:10 y 8:15 para ponerme detrás de la pequeña hilera que suele haber, que después se engrosa más o menos. Hoy fue "más" y, además extraordinario, ya que la gente estaba parlachina y su principal propósito era respetar el orden cuando estemos arriba, en el tercer piso, donde alguno/as subimos por la escalera y otros/as por el ascensor.  

Yo suelo llegar primero al tercero, y que me atienda primero, pero concluyendo estoy trasgrediendo y faltando el respeto a los madrugadores de la fila. Esta vez lo respeté.  Además el banco es un escollo para los que van a cobrar, porque limitan la extracción por cajero humano, y además antes tenemos que anunciarno a una persona que se toma su tiempo para atender a cada uno, y hoy sin exagerar, eramos como 40 personas. ¡Que paciencia este señor! que llama la atención ya que lucía sus bigotes enrulados a "lo Salvador Dalí".

Atrás mía había una señora charlatana y relataba sus problemas estomacales, de sus arreglos artesanales del celular de la computadora, a través de cinta adhesiva y cinta scotch. 

Acá comencé a arremeter, a interpelar y a indagar sobre la vida de la señora. Donde compró el reloj? Por donde se alojaba? Ella profundizaba y contaba que comía en un comedor, que el celular no lo saca en la calle. Yo le contaba que el celular me lo puedo olvidar, que lo no para venir acá es el mp3 para escuchar la radio. La señora me dijo: "¿Todavia se usa?". "Si, hay """gente""" que sigue utilizando". 

En fin, se sacó el gorro al entrar, yo no, y dio a entender que era por las cámara. Yo le dije que era pelado y que me da vergüenza mostrar la calva. La señora me preguntó "si eso me causaba problemas con las chicas", le dije que si.  Después me habló de un novio que tuvo, cuando ella se alojaba en el Hospital Moyano, y el sujeto falleció de un paro cardiaco en el Borda. Que le envió, con ayuda de su asistente social, una carta a su hijo de 34 años que, aún, no ha tenido respuesta. Ella confesó que no quiere morirse sin ver antes a su hijo, y mencionó los factores vulnerables en que un ser humano deja de ser inmortal. Ahí elucubramos juntos las causas que el azar nos traslada a la inexistencia.

Una vez que el "bigote Dali" me atendió, me senté a esperar para que me llamase el cajero y me de el dinero. Mucha gente en el piso, muchas charlas sueltas. 

Me senté enfrente de una señora con un nenito que tenía un gorro tipo "piluso". Le sonrio al nenito y le pregunto "como estás", el nenito se acerca hacia mi, a pesar de las reprimendas de la madre, me toma la mano, me pongo de pie junto a él, y me pregunta "¿que es esto?", yo le respondo "un escritorio donde la gente escribe". Luego me señala arriba "¿y eso?".  Había una mancha negra arriba en la cortina, y me costó un tiempo descifrar que es, hasta que uniendo cabos, veo las orejitas, el hocico y las patitas. "Un murcielago. !tengo miedo!" El nene rompió en llanto y se fue con la señora que lo cuidaba (desconozco que vínculo familiar tenían), la gente comenzó a escandilarse, se movía lejos del murcielago. Deducíamos que estaba muerto. El nene se envalentona y me dice: "Sacalo". Yo le digo "Le tengo miedo", volvió a romper en llanto, la señora que me habló tanto tiempo se tapaba los oídos y me decía que "no se banca a los nenes". Otra, en el fondo, arrogaba que "A esta altura no le tengo miedo a nadie", pero no hacía nada y una señora mayor me preguntaba: "¿que es? ¿una cucaracha?".  En definitiva, un paso de comedia muy de estos pagos.

Subieron al piso un señor en traje y dos policías con dos palos de unos 2 metros pintados de celeste. Amagaron y el murcielago se movió un poco, la gente retrocedió. Un policia calvo, pero sin vergüenza, amenazó: "Antes de sacarlo, tengo que despejar el piso". Con toda la espera que había, todos y todas nos negamos, entonces se fueron los policías y el señor de traje. 

Al rato cobré, saludé a la señora, al nenito y me fuí del lugar. 



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