El título tiene aristas de victimización, pero lo que quiero
dejar en claro en este texto es, que lo merecía, y como hijo, he realizado
actos que superan la capacidad de aceptación de mis padres.
Supongo que mis padres, ninguno, supo cómo educar a los
hijos, ni a mí, ni a mi hermano. Pero yo
me sitúo en peores condiciones que ellos, es por eso que fundamento no ser
padre: no cuento con determinación, me gusta estar sólo, aborrezco tener
dependencia y que dependan de mi persona, como también ser un referente algo.
En cuanto a esto último, no noto ser ejemplo de nada, por mi inconstancia, mi
impermanencia y mi desapasionamiento por lo poco que me puedo vender por
dinero.
De pendejo cometí una gran cantidad de “delitos”: Cuando con
mi madre paseábamos por la calle céntrica del barrio, exigía golosinas sino
lloraba desconsoladamente. También me reí una vez cuando le corté un ojo, con
un palo de golf a mi hermano, cuando nuestros padres salían jugamos al fútbol
en pleno departamento rompiendo vidrios de mesa, adornos de pared, cuadros. Además,
afanaba guita a ellos y a mi hermano.
Era sucio, desprolijo, se me caían los mocos y no me
interesaba. Irrumpía en casas de vecinos, por trepar paredes, engañaba a los
viejos con billetes de circo, haciéndolo pasar por dinero real, jugaba a las
canchita gritando los goles alocadamente, y mi madre me tiraba todo a la
mierda, dándome una gran paliza. Hace poco decía que tuve una infancia feliz
por algunas cosas, pero también las palizas, tal vez merecida, porque con diálogos
no entendía al romper vidrios o quemar cortinas, hizo, que sea el chico
rebelde se mantenga en el tiempo, exceptuando los periodos de
desesperación. Hoy vivo una austeridad
tolerable, que con el tiempo se irá creciendo, porque me rebelo a las figuras
de autoridad, porque no he aprehendido “el respeto” a los generadores de
dinero, o como culturalmente, se los llama, a la gente “brillante”.
En fin, también alteré un DNI, para jugar un torneo de
fútbol, y me han reprendido merecidamente.
Las cagadas de niño fueron mayores que las virtudes, tal vez, de adulto
la proporción se mantenga, pero de adolescente recuerdo una gran anestecia de
todo. Hoy, el afán de vivir una vida más
sosegada, menos sometida y enajenada tiene su precio, tal vez la rebeldía con
merecidas palizas de niño, hace que mantenga esa ideología a lo largo del
tiempo.
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