Las semanas previas al maratón me han
dejado un dulce sabor, por el disfrute que tuve en los entrenamientos.
Arrancando con un peso de 89 y monedas, bajarlos hasta 81, y saborear la
agilidad, dejando atrás la pesadez y voluminisidad corporal. Una metamorfosis
rápida y apreciable, porque nunca he tenido tanto pesaje y sentirme tan
amorfo.
Tres días anteriores, jugué al fútbol,
era un compromiso que no podía fallarme, porque fue la semifinal. Aunque, tomé
ciertos recaudos, cargué mis piernas con movimientos perjudiciales a la
carrera. Pero no es argumental, si mido mi no buscada performance.
A las 5 de la mañana arranqué, Fabiana,
me acompañó a la largada hasta River, aguantó mis nervios, y a las 7:30’
largamos, junto a Daniel Hernandez y Ruben salimos. En el primer kilómetro paré para mear. En el MP3 se escuchó: “Quien es el que gana,
quien es que pierde, de que lugar estoy si ganar no me convence”. Los primeros 9 kilómetros mucho
canto, a un ritmo raro y agitado, tal vez porque se me alejaba la bandera de 5
minutos el kilómetro. En este trayecto, además de escuchar a Andres Ciro,
Intoxicados, y La 25, cuya lírica me identificaba en el momento personal y
territorial que me encontraba; volviendo al camino, hicimos Palermo, El
monumento a los Españoles, Plaza San Martin.
Al subir por la calle Tucumán, un señor
cruzó y como no pude frenar lo empujé con fuerza, contra las rejas de un negocio. Al cruzar el
Obelisco, mucha gente alentó, se sentía bien, pero cuando cantaba forzaba mis
energías. En el Cabildo estaba Micheal
Jackson, particularmente, preferí que esté San Martin.
Al ir por Paseo Colón, la humedad comenzó
a hacer estragos, no le dí bola, pero seguí el mismo ritmo. En la Boca , apareció un personaje
de remera roja que corría cómo si hubiera 3 kilómetros , pero me
parece que fue un figuretti. Para absoverle el rol grité: “Viva México,
Cabrones”. Muchos alentaban a Boca, porque pasamos por la puerta de la Bombonera , además de la
batucada que montaron al lado.
El trayecto por al lado del autopista
(17-20) fue chato, y en mi caso, me pasó la mayoría de la gente, me gritaron:
“Vamos Mar del Plata”, “El 8 de Diciembre nos vemos”. No me sentía bien, corrí
callado escuchando lo que podía.
El tema de la maratón fue “Caminando” de
Cielo Razzo, además que caminé bastante, en este caso fue contrariamente, me
hizo levantar las piernas y poder completar la media maratón a 5:03 el
kilómetro. Igualmente esto trajo secuelas.
Antes del 22 gritó: “A ver si nos
despertamos”, mientras canto “Luna” de Cielo Razzo. En el 24 saludo a mis
colegas de la Reserva Ecológica :
Rolo, Julieta y Federico.
En el 25, mientras gritaba,
desesperadamente: “Arde la
Ciudad ”, al estilo Palmiro Caballasca a mi: “Me hirve la
cabeza”. En el 27 le digo a una colega, que estaba esperando a alguien, Cuando
tomo mis provisiones en el 27,5, mi caminata fue más duradera, que las que
había hecho en toda la carrera. Algo de resto tuve y seguí corriendo.
El 29 fue la peor etapa de la carrera,
por la charla que tuve con dos corredores.
El primero tuve la siguiente
conversación:
-
Hey Flaco. Estás bien?
-
Si. Por qué? – Le dije
-
Porque vas andando en Zigzag,
parece que te vas a caer.
El segundo, de apellido Llanos, me aconsejó:
-
Ahora, tenés que concentrar
en la meta, no hay nada más que eso
-
Falta mucho, prefiero
concentrarme en la música, es lo que me da placer - Contesté
-
Está bien, corré con el
corazón – Concluyó Llanos
Supongo porque vió que mi fisico no daba.
Todavía me faltaba más de una hora, me deprimí, no enganché lo escuchaba de
Guasones.
En el 32, tuve otra caminata, con la
cabeza gacha y con preocupación, dudando de cualquier estrategia que buscaba,
me subyugué en la música y grité como un loco: “Que noche mágica, Ciudad de
Buenos Aires”. Soporté hasta el tunel de Sarmiento, hasta cuando subía que
volví a caer. Quedaban 7 y pico, las piernitas me costaban levantarlas cada vez
más, yo quería una cama para acostarme a dormir, estaba somnoliento.
Al entrar al 37, lo veo a Tomas Jerez,
más relleno y con el carrito de bebé me reí y corrí unos metros. El que tenía
el nombre “Gonzo” era mi pared, el siempre corría, pero más lento, lo que
permitía caminar y trotar.
El 38, lo veo a Guillermo, un ex
compañero de laburo, lo saludo y le agradezco porque me dio ánimo. Corrí unos 3’ , y volví a caminar.
En el 40, la querida Rosa, me dice:
“Ahora la recta final con el corazón. Vamos Seba”. Comí un higo, me concentré
en Villanos y en Cuentos Borgeanos y me permitió arribar a la meta, cabizbajo,
porque no disfruté la Maratón
como en otras ocasiones, aunque con, por el dentro, con el sabor dulce de
haberme sobrepuesto a culminar una Maratón más.
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