martes, septiembre 04, 2012

Un extraño encuentro






Una mañana, al chequear mi casilla de e-mail, observo un mensaje de la red social de trabajos, de mi padre, que lo había aceptado respetuosamente, hacía un mes, como adhiero a todo tipo que me envía la solicitud de contacto.  El mensaje decía: “Acordate que soy tu padre, llamame y tomamos un café”.  Este párrafo me hizo ruido en mi mente, en realidad, me causo repulsión, porque ya la desconexión con mi padre estaba en carácter de olvido, o para ser más preciso, de indiferencia.  
Me generaba mucha vaguedad encontrarme con él, es por ello que dejé correr diez días y le respondí el mensaje, vía internet, lo siguiente: “El sábado nos encontramos con mi hermano a las 19 hs.”.
A partir de allí, comencé a tener tensiones, me enfadaba por todo y no quería realmente que llegase ese día, ya que me imperaba el pudor, la vergüenza y la carga de tener que acudir a esa cita.
Finalmente, como el tiempo es cruel y apresura los sucesos, me reuní con él y mi hermano.  Lamentablemente, mi hermano, efecto de la medicación que potencia su timidez y su escasez de verba, no emitió, prácticamente, frase alguna.
Lo esperamos, con mi hermano, en una pizzería famosa del barrio La Paternal. Cuando lo observé venir, lo hacía con un buen paso y sus dos manos puestas en el bolsillo.  Con todo lo que fumó en la vida, preveía que lo iba a encontrar más avejentado (un tipo común de más de 70 años), pero no.
Lo primero que él planteó el “¿Por qué?” no me había comunicado con él, porque estuve tanto tiempo sin querer saber, mi respuesta fue despectiva: “porque no tuve ganas”.  Esa actitud es consecuencia del presente que vivo, y estar en constante defensa de mis sensaciones de frustración que se tornaron corriente, tal es así, razonándome, que trate de defender contra cada ser humano no cotidiano que tenga que enfrentar.
Pero luego apacigüé la charla y comenzamos a hablar del pucho, de como vivimos cada uno todos estos años, por suerte él tiene una vida tranquila sin grandes ambiciones: Un trabajo vivencial, una jubilación y quince días en Mar del Plata por año, además de bancar sus puchos y de hacerle frente.   Los dos victimizamos, al contarle lo de mi madre, él contestó que hacía dos días estuvo por morir, sin duda, le tiene miedo a la finitud, a los setenti y pico de años, y se nota. 
Lo que no se generó fue en un re-encuentro al estilo telenovela, con fuegos artificiales y con un ambiente acorde.  El mismo fue distante y ameno, supongo, que de alivio en cada una de las partes.
 La duración de la cita fue corta, y tal vez, justa, o no;  pero  él estaba ansioso por fumarse un pucho, así que sólo cuarenta minutos para resumir catorce años de ausencia.
 

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