Una mañana, al chequear mi casilla de e-mail, observo un
mensaje de la red social de trabajos, de mi padre, que lo había aceptado
respetuosamente, hacía un mes, como adhiero a todo tipo que me envía la
solicitud de contacto. El mensaje decía:
“Acordate que soy tu padre, llamame y tomamos un café”. Este párrafo me hizo ruido en mi mente, en
realidad, me causo repulsión, porque ya la desconexión con mi padre estaba en
carácter de olvido, o para ser más preciso, de indiferencia.
Me generaba mucha vaguedad encontrarme con él, es por ello
que dejé correr diez días y le respondí el mensaje, vía internet, lo siguiente:
“El sábado nos encontramos con mi hermano a las 19 hs.”.
A partir de allí, comencé a tener tensiones, me enfadaba por
todo y no quería realmente que llegase ese día, ya que me imperaba el pudor, la
vergüenza y la carga de tener que acudir a esa cita.
Finalmente, como el tiempo es cruel y apresura los sucesos,
me reuní con él y mi hermano.
Lamentablemente, mi hermano, efecto de la medicación que potencia su
timidez y su escasez de verba, no emitió, prácticamente, frase alguna.
Lo esperamos, con mi hermano, en una pizzería famosa del
barrio La Paternal. Cuando lo observé venir, lo hacía con un buen paso y sus
dos manos puestas en el bolsillo. Con
todo lo que fumó en la vida, preveía que lo iba a encontrar más avejentado (un
tipo común de más de 70 años), pero no.
Lo primero que él planteó el “¿Por qué?” no me había
comunicado con él, porque estuve tanto tiempo sin querer saber, mi respuesta
fue despectiva: “porque no tuve ganas”.
Esa actitud es consecuencia del presente que vivo, y estar en constante
defensa de mis sensaciones de frustración que se tornaron corriente, tal es
así, razonándome, que trate de defender contra cada ser humano no cotidiano que
tenga que enfrentar.
Pero luego apacigüé la charla y comenzamos a hablar del
pucho, de como vivimos cada uno todos estos años, por suerte él tiene una vida
tranquila sin grandes ambiciones: Un trabajo vivencial, una jubilación y quince
días en Mar del Plata por año, además de bancar sus puchos y de hacerle
frente. Los dos victimizamos, al
contarle lo de mi madre, él contestó que hacía dos días estuvo por morir, sin
duda, le tiene miedo a la finitud, a los setenti y pico de años, y se
nota.
Lo que no se generó fue en un re-encuentro al estilo
telenovela, con fuegos artificiales y con un ambiente acorde. El mismo fue distante y ameno, supongo, que
de alivio en cada una de las partes.
La duración de
la cita fue corta, y tal vez, justa, o no; pero él
estaba ansioso por fumarse un pucho, así que sólo cuarenta minutos para resumir
catorce años de ausencia.
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