Luego de un poco menos de 20 años, volví a un cumpleaños. El último que concurrí contaba con 18 años e iba con otras intenciones. Aquel joven adolescente se deslumbraba de los vestidos que envolvían las siluetas femeninas, y que cualquier contacto con alguna de ellas (los tan recordados lentos) eran los estímulos para sentir mezcla de placer y deseo, ya que me parecían inalcanzables, pero estaban ahí, envueltas en mi abrazos de baile.
Además ya comenzaba a convertirme en un señorito, sobre todo cuando contaba con 14 años de edad que fueron las primeras fiestas de esta índole.
En este tipo de evento, como casamientos, bautismos, comuniones, bar mitzvah, etc. La gente concentra sus esfuerzos para estar linda, aunque las modas cambiaron, los vestidos y el maquillaje siguen siendo predominante. Los hombres ya hacen uso de las zapatillas, pero están pulcrísimos.
La fiesta fue en un gran salón con un patio enorme y con las mesas adentro. Si bien, esta fiesta volví a jugar de visitantes, me consideré un invitado de los “viejos”, los verdaderos protagonistas fueron los compañeros de la agasajada.
Su entrada fue en una especie balcón construido para la ocasión y con un gran despliegue de fuegos artificiales coloridos. Ella sabía que la miraban todos, pero pese a eso, dibujó una sonrisa y bajó a saludar cada uno de los invitados. Tenía puesto el tradicional vestido blanco, que suelen usarse para estos eventos.
Después entramos a comer, aquí comencé a tener el famoso pánico escénico, ya que no tenía contenido para conversar, y no conocía a nadie, exceptuando a mi pareja, al hijo de ella, y a su tío (que bien me salvó la recepción, para que no vuelvan a aparecerme la remembranza de fiestas pasadas y mi aburrimiento). Cuando tuve síntomas de incomodidad acudí al sanitario para descargar, y luego al verme al espejo, y observar que mi calvicie está haciendo estragos en la parte del medio de cabeza, inicié una serie de replanteos internos sobre mi vejez y la vulnerabilidad, es decir no poder justificar la edad y la degradación física por ello, todo por las ganas de seguir jugando con la vida y estancarme en los aspectos económicos.
Lo curioso fueron las fotografías de los púberes, las mujeres cruzaban el pie y esbozaban sus dientes ensayando una sonrisa sugestiva y expresiva; mientras que los chicos posaban con rostro recios o con la media sonrisa clavada, sin exhibir su dentaduraLuego, por suerte, pasaron los videos que realizó mi compañera, y ambos estábamos nerviosos porque tuvimos problemas en el audio, en las imágenes y en el formato del mismo. Pero por fortuna, salieron bien, y me alivió bastante por un posible papelón.
A continuación, proyectaron un video hecho por la cumpleañera y sus compañeros, realizando como diferentes videoclips de los años 80’. Los hombres participantes eran dignos exponentes de un programa de Capussotto, por su descoordinación de movimientos, por sus rostros de tensión, y por su gracia. Sin dudas, fue el momento que más me reí en la fiesta.
La comida resulto disfrutable ya que consistía en canapé de salmón, paella y una carne exquisita. El vino tinto junto al vino espumante comenzaba a hacerme efecto, lo cual me torné más dicharachero, más simpático y con menos mambos en la cabeza, pero con moderación ya que estaba junto con una familia que, aún, no tenía confianza, a sabiendas, que no podía desbandarme.
Bailamos, con algo de simpatía, pero no ocultando ser un bodoque, ensayando movimientos robóticos. La fiesta conto con coreografías regionales, anglos y caribeña. Finalmente se presentó una banda musical que no gustó, es aquí cuando los adolescentes comenzaron a seducirse y a despertar su energía para ello, mediante el alcohol y/o su carisma.
Nosotros, alrededor de las 5 y media de la mañana, y con todo el peso de nuestra adultez y maquinaria, y nos retiramos.
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